Durante las primeras horas de su segundo mandato, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una serie de decretos que incluyeron una decisión clave: la retirada de su país del Acuerdo de París, un acuerdo internacional fundamental en la lucha contra el cambio climático. Esta medida no solo representa un retroceso en los esfuerzos globales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), sino que también marca un cambio significativo en la política exterior de EE. UU. hacia Venezuela.
El abandono del Acuerdo de París, aunque oficializado, llevará un año en completarse. Durante este período, Estados Unidos seguirá siendo parte de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), pero su participación en las negociaciones globales se limitará considerablemente, especialmente en temas de financiación climática para países en desarrollo. En este contexto, se espera que EE. UU. no envíe delegaciones a las Conferencias de las Partes (COP), a pesar de que la próxima edición se celebrará en Brasil.
El retiro de Estados Unidos del Acuerdo de París tiene implicaciones significativas no solo para el medio ambiente, sino también para la relación con Venezuela. Trump ha dejado claro que considera reducir las importaciones de petróleo venezolano, una postura que refleja su estrategia de aumentar la producción de combustibles fósiles en EE. UU. A través de un decreto de emergencia energética nacional, Trump busca promover la extracción de petróleo y gas, contradiciendo los esfuerzos internacionales para limitar el calentamiento global.
Esta decisión ha generado preocupación en otros países. Mientras China y la Unión Europea se han manifestado en contra, destacando la importancia del Acuerdo de París, desde la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN) advirtieron sobre la falta de liderazgo climático de Estados Unidos, un desafío crítico en un momento en que el mundo necesita compromisos fuertes para mitigar el cambio climático. La salida del mayor emisor histórico de GEI podría derivar en fricciones diplomáticas con naciones que promueven políticas más ambiciosas en defensa del medio ambiente.
